Amparo Muñoz y Antonio Flores: un breve y tierno romance marcado por la adicciónEl 27 de febrero se cumplen 10 años de la muerte de la única española que ha ganado Miss Universo. Fue ejerciendo de actriz como conoció al hijo de Lola Flores, un romance atípico en la vida de una mujer que rechazaba la denominación 'juguete roto'.
POR SILVIA CRUZ LAPEÑA
24 DE FEBRERO DE 2021
El hijo de Lola Flores fue un romance atípico para la Miss España Amparo Muñoz, fallecida en 2011 a los 56 años. “Los hombres siempre han intentado sacarme algo”, dijo a ella, excluyendo de ese grupo a Antonio Flores. “Nos conocimos en una película y enseguida congeniamos. Era una persona que tenía mucho que dar”, contó sobre un encuentro que tuvo lugar en 1984, rodando El balcón abierto, cinta de Jaime Camino sobre textos de Federico García Lorca.
Él tenía 23 años, ella 30. Esa ya era una diferencia con el resto de sus amantes, más mayores. Como su primer marido, Patxi Andión, fallecido en 2019, a quien conoció en La otra alcoba y con quien se casó en 1976, dos años después de coronarse Miss Universo en Filipinas. “Fue el peor error de mi vida”, declaró sobre un hombre al que no perdonó que quisiera convertirla en ama de casa. Al siguiente lo conoció en México. No era del mundo del cine pero su historia da para una película: Flavio Labarca era chileno y anticuario, aunque todas las fuentes lo relacionan con asuntos turbios que incluyen el tráfico de estupefacientes. Se casaron en 1983 por el rito hindú en la isla de Java. Él la introdujo en la droga, pero ella nunca lo culpó: “Una se mete en eso porque quiere”.
Testigos de cómo conoció al hijo de la Faraona quedan pocos y quienes quedan no se acuerdan o no quieren: “José Mercé solo hizo un cameo. Ni siquiera recordaba que fuera ella la protagonista”, responde el mánager del cantaor sobre El balcón abierto. Efectivamente, Mercé canta mientras Amparo baila flamenco y Antonio aparece en pantalla mostrando un magnetismo que heredó de su madre. “Él no tenía problemas ante la cámara. Estaba acostumbrado al escenario, pero, además, es que hay gente que entra en una sala y capta la atención”, me cuenta el crítico Octavi Martí. Para él, no era el caso de Amparo: “Era muy guapa, pero en persona tenías que mirarla dos veces para darte cuenta. Era elegante de una manera natural, no llamativa”.
Las únicas fotos de la pareja salieron en Semana llegando al aeropuerto de Barajas. Fue una historia breve y solo Amparo la comentó. ¿Existió ese romance? “En esos años se hablaba de eso, sí. Estuvieron juntos, pero fue algo corto”, me explica Víctor Barrero, director de Los invitados (1987), cinta que reunió a Amparo y a Lola Flores en la pantalla tres años después de haber sido “nuera” y “suegra”. La cantante aprobó el romance e incluso les pidió que le dieran un nieto. Además, ambas colaboraron más de una vez para cuidar de Antonio: “Una noche que cenábamos en la terraza de mi representante, estaba desencajado. De repente, dio un salto. Quería lanzarse al vacío. Llamé a Lola”, contó la miss en sus memorias, La vida era el precio. También la cantante recurrió a ella: “Antonio se acuerda de ti, quiere verte”, le dijo en una llamada y la joven acudió y lo encontró muy deprimido. “Recuerdo perfectamente el tacto de su piel. Nos acostamos juntos. Al marcharme por la mañana se quedó dormido, con ese gesto dulce con el que le recordaré siempre”. Pero en el rodaje de Los invitados algo separaba a ambas actrices. “Hablaban, pero no se buscaban. Diría que Amparo sentía un temor reverencial hacia Lola”, apunta Barrera.
La jerezana apostó por la malagueña para que su hijo dejara a Caty, una chica argentina a la que la cantante culpaba de la adicción de él, desconociendo que Amparo andaba en lo mismo. El ambiente en el que se movía la pareja no dejaba lugar a dudas: uno de los lugares que frecuen- taban en Madrid era un piso de Ópera donde compraban droga. Como contó en la revista El Estado Mental Fernando Estrella, personaje de la movida, era habitual ver allí a las Costus, pareja de artistas del círculo de Pedro Almodóvar , entre otros: “Aún lo recuerdo como un sueño, al Camarón [de la Isla] cantando con Antonio y Carlos Berlanga entre un vapor de heroína y base de cocaína, lo mezclábamos todo”.
En el rodaje de Los invitados Lola ya estaba al tanto de esas andanzas. “Amparo llegó recién salida de una cura de desintoxicación y estaba todavía muy perdida”, explica el realizador. Por si quedaran dudas, el año que la Warner estrenó esa cinta, 1987, Muñoz fue arrestada en Barcelona en el marco de la Operación Primavera, una redada antidroga en la que fueron detenidas 700 personas en toda España. “Hay personas que tenemos más sensibilidad que otras y no sabemos como enfocarla, y la droga te lleva a un mundo aparentemente más espiritual”, explicaba Muñoz sobre su problema. También hablaba de la droga como una vía de escape: “Para cuando te viene grande todo lo que te está pasando”.
La hija de Manuel Muñoz, exboxeador, y Juana Quesada, ama de casa, se crio en una familia humilde, tenía cinco hermanos, 19 años y aún trabajaba de secretaria cuando ganó Miss España. La sensación de vivir sobrepasada la confirman Martí y Barrera de distintas formas: “El mundo del cine le quedaba grande”, opina el crítico, mientras que el director opta por definirla como débil de carácter. “En el cine, además, se sentía una advenediza”, añade. Efectivamente, la inseguridad es un rasgo que se percibe en sus memorias y en sus entrevistas. Pero ¿por qué sentirse intrusa si su carrera de actriz empezó en paralelo a la de modelo? Cuando se presentó a Miss España, ya había rodado* Vida conyugal sana*, producida por José Luis Dibildos y protagonizada por José Sacristán; y Clara es el precio, con Vicente Aranda. Pero al volver de Miss Universo, todo cambió.
“¿Te contrataban solo por tu físico?”, le preguntó Isabel Tenaille en Cita con el cine español y ella no dudó: “Absolutamente, y por mi nombre”. Aranda lo resumió así: “Antes del estreno las entradas de cine subieron a 100 pesetas, pero eso no impidió que fuera la película mía que más ha recaudado, por encimade El Lute. Yesose debió al morbo que despertaba Amparo”. En todas la declaraciones recopiladas para este reportaje se percibe a una mujer responsable de sus actos y consciente de sus limitaciones: por eso aceptó los consejos de Cristina Rota para preparar La reinta del mate (1985), cinta de Fermín Cabal. “Solían llamarme para que apareciera, no para que actuara”, le respondió a Tenaille sonriendo con amargura.
Ese menosprecio le daba trabajo pero no caché y mermó su confianza, herida que hicieron más profunda algunas personas: “Patxi Andión no paraba de decirme que era una malísima actriz, que no valía”. Por eso hablar de juguete roto —algo que ella rechazaba— no quiere decir nada si no se explica quién lo rompió. O quiénes. Antonio Flores no fue uno de ellos. Tampoco Elías Querejeta, con quien tuvo una relación corta pero importante a pesar de que él estaba casado. “Elías era un encantador de serpientes que hablaba de revolución, exfutbolista de la Real Sociedad y productor de películas de izquierdas durante el franquismo. Era un tipo peculiar y ella se dejó seducir, atraída por ese mundo”, explica Martí, que la conoció en esos años. Una persona próxima a Querejeta que no quiere dar su nombre asegura que él siempre veló por Amparo y así lo ratificó ella: “Junto a mi padre, Elías ha sido uno de los hombres más influyentes de mi vida”. Martí cree que Elías jugó con Amparo el papel de Pigmalión.
Reforzada por esa figura, siguió en el cine y conoció a Flores, un igual que no pretendió enseñarle ni sacarle nada. Eran compañeros y se querían, pero ambos estaban perdidos. La detención de 1987 fue una puntilla a la carrera de Amparo, pues aunque la pillaron comprando una pequeña cantidad de droga y fue liberada al rato, quedó marcada. Más cuando Rosa Villacastín aseguró en un artículo que tenía sida, algo que ella desmintió con documentos médicos. Pero el cine le dio la espalda y programas como La máquina de la verdad o Tómbola se convirtieron en sus únicos escenarios y fuente ingresos. Allí hablaba de sus problemas de salud o de dinero, no de sus 35 películas.
En 1991 se casó por tercera vez con Víctor Rubio, ajeno a la farándula, y se separó en 1994. Al año siguiente falleció Antonio: “Tras morir su madre pensé que cuando pasara un tiempo iría a visitarlo, a animarlo. Ahora me siento muy mal por no haberlo hecho antes”. Ella tendría otra oportunidad en el cine gracias a Querejeta, que la recuperó para Familia (1996), de Fernando León de Aranoa, cuando Amparo llevaba ocho años sin rodar.
Hasta su muerte, participó en cinco cintas más, pero un tumor cerebral diagnosticado en 2003 hizo inviable una vida laboral estable. Empezó sus memorias con ayuda del periodista Miguel Fernández, aunque intentó que fuera el escritor Rafael Reig, con quien se reunió sin lograr convencerlo. Marta Sanz ficcionó ese encuentro en Daniela Astor y la caja negra, aventurando una causa de su mala suerte: “Le perjudicó su fascinación por lo intelectual” y afirmando que nadie que dice “no todo en mi vida ha sido una mierda” merece ser tildada de juguete roto. Como no lo fue Antonio. “Mi hermano buscaba una Lola Flores. Y Lola Flores solo hay una”, contó Lolita trazando otro paralelismo entre Antonio y su exnovia, pues si el complejo de él era el de Edipo, el de ella era el de Electra. “Solo buscaba un hombre bueno, como mi padre”, confesó Amparo, que entrada en la cincuentena aún tenía en su mesilla una foto de Brad Pitt que besaba cada noche porque creía que ese hombre no sería capaz de hacerle daño.
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